Jacqueline Jardines: “Este disco es un acto de resistencia para salvar tradiciones”
Con Preludio (libro + CD) —nominado en los Premios Cubadisco 2025 en la categoría de Música de Cámara—, la violonchelista y pedagoga Jacqueline Jardines entrega un proyecto revolucionario que fusiona la tradición clásica con los ritmos antillanos. Producido por Damián Busqueta Mineto y editado bajo el sello Producciones Colibrí, este fonograma reúne a los intérpretes Sergio Rabello, Raffi Reck Castro y Enma Carbonell Milién en busca de la “perfección sonora”, o más bien un puente musical entre países que llevan la música folclórica como estandarte.
Inspirado en la pedagogía Suzuki y en la riqueza del folklore cubano y caribeño —desde la rumba y los cantos yorubas hasta el bouladjel guadalupeño—, Preludio es más que un fonograma; deviene método pedagógico diseñado para acercar a las nuevas generaciones a una formación musical “bilingüe”. Un disco para ser vivido en familia, en ceremonias yoruba o en las aulas, pero sobre todo una declaración de amor a las raíces que nos animan.
¿Cómo surgió la idea de crear este fonograma?
La iniciativa nació como parte de un proyecto pedagógico dirigido a los estudiantes de las escuelas de música en Cuba y otros países, desarrollado en colaboración con el Taller Cultural de Santiago de Cuba Luis Eduardo Díaz y su proyecto infantil Diente de Leche. En su realización participaron alumnos de los niveles elemental y medio de Santiago de Cuba, junto a chelistas invitados que aceptaron sumarse a la propuesta.

¿Hubo una inspiración específica o un concepto central que guió el proyecto?
“Esta idea está inspirada en la pedagogía Suzuki o método de la lengua materna, que plantea el aprendizaje instrumental a través de la oralidad, desarrollando la técnica mediante un repertorio de piezas tradicionales con dificultades progresivas, fáciles de asimilar para los estudiantes. Estas obras, procedentes de diversas regiones del mundo, están seleccionadas de modo que los desafíos técnicos puedan resolverse dentro de las mismas, evitando así la frustración que genera practicar ejercicios carentes de expresión musical.
“Al igual que ocurre al adquirir la lengua materna, donde los niños no estudian inicialmente gramática o sintaxis, sino que asimilan las estructuras del idioma de manera natural, este enfoque no descarta que, en etapas avanzadas, se profundice en aspectos técnicos específicos”.
¿Cómo se relaciona este disco con su trayectoria musical anterior o con proyectos previos?
Tras muchos años de reflexión y trabajo en escuelas de música, decidí crear este proyecto que incluye tanto la grabación de un disco como la elaboración de un método pedagógico. La iniciativa busca ofrecer una metodología adaptada a las necesidades de los niños de Cuba y el Caribe, considerando que la literatura musical —reconocida universalmente como un lenguaje propio— debería ser parte esencial de la formación escolar. No obstante, hasta hoy predomina en las instituciones cubanas la enseñanza de música clásica tradicional.
¿Qué géneros musicales predominan en el fonograma?
La rumba, la conga, el folklore yoruba, y el boulagel, un género tradicional de la cultura guadeloupeña.
“Tras muchos años de reflexión y trabajo en escuelas de música, decidí crear este proyecto que incluye tanto la grabación de un disco como la elaboración de un método pedagógico”.
¿Integraron elementos tradicionales cubanos con otros estilos dentro de la concepción del disco?
Cada nación posee una cultura única, con su sistema particular, vibraciones características… y su lengua materna distintiva. A través de este fonograma he buscado trasladar al violonchelo las raíces de nuestra tradición popular, específicamente la música folklórica de nuestros ancestros cubanos y africanos. El objetivo es preservar un legado que, hasta ahora, se ha transmitido únicamente de forma oral entre generaciones y que nunca antes había sido adaptado para instrumentos considerados “clásicos”.
¿Por qué eligió este nombre para el fonograma?
Preludio, en términos musicales, representa un inicio, introducción o apertura. Este título simboliza el comienzo de una serie de producciones musicales y pedagógicas para violonchelo que buscan fusionar el carácter clásico del instrumento con las tradiciones antillanas.
¿Cómo definiría este disco?
“Como un trabajo revolucionario. La llamada música clásica forma parte del patrimonio cultural europeo y es reconocida por generaciones enteras. Sin embargo, cada nación posee su propia identidad cultural, con sistemas, vibraciones y lenguas maternas únicas.
“Si bien la música es universal, al igual que el lenguaje, ambos se expresan a través de diversos sistemas. Existen múltiples formas de belleza y estilos musicales, y respetar estas particularidades resulta fundamental en esta búsqueda de comprensión y armonía.
“A partir de estas reflexiones, me cuestioné si la interpretación de un niño antillano ante la música culta (denominada clásica) sería igual a la de un niño europeo. Cada región tiene su propia manera de entender el arte sonoro. Esta inquietud me condujo a la creación de un lenguaje musical adaptado a los niños cubanos: la danza del idioma, una propuesta pedagógica que, además de incluir obras tradicionalmente consideradas “cultas”, incorpora cantos y ritmos autóctonos, facilitando así una formación musical bilingüe.
“El lenguaje, en esencia, es música, pues se compone de ritmos y tonalidades particulares. Fue esta convicción la que me impulsó a transcribir y adaptar diversos ritmos caribeños para este fonograma, el cual puede entenderse como una auténtica danza del idioma”.
“A través de este fonograma he buscado trasladar al violonchelo las raíces de nuestra tradición popular, específicamente la música folklórica de nuestros ancestros cubanos y africanos”.
¿Cómo diseñaron el “viaje” del disco? Háblenos de la secuencia de temas y su narrativa emocional.
“Este recorrido musical fue concebido a partir de mis vivencias personales y del diálogo constante con estudiantes de escuelas de música, donde constaté la relevancia de la música popular entre los jóvenes.
“La esencia de este fonograma surge de todos aquellos elementos que forjaron mi formación artística a lo largo de los años, así como de las experiencias que definieron mi infancia. Mis padres, Lorenzo Jardines y Silvina López, investigadores y fundadores de la Casa del Caribe —institución pionera en Cuba dedicada al estudio y promoción de los valores autóctonos de la Cultura Popular Tradicional y los Sistemas Mágico-Religiosos— me sumergieron desde niña en estos procesos culturales. Crecí entre tradiciones, grupos portadores (ensambles que preservan y transmiten el legado ancestral) y los Festivales del Caribe, nutriéndome de las profundas conversaciones entre mi padre y el destacado investigador cubano Joel James, de quien heredé su visión martiana del mundo y la convicción de proteger nuestro patrimonio.
“Mi adolescencia transcurrió entre el rigor académico del Conservatorio Esteban Salas, donde perfeccioné el violonchelo, y las ceremonias sagradas bajo la ceiba animadas por mis padrinos Vicente Portuondo y Andriol Stevens en el patio de la Casa del Caribe. Fue una etapa de contrastes: solfeo y solos de violonchelo, actuaciones con la Orquesta Sinfónica de Oriente, el aroma del tabaco y el Cañandril (el aguardiente santiaguero), mientras asimilaba la maestría de los profesores rusos, la profundidad de Bach y la espiritualidad de los cantos yorubas en rituales dedicados a Oshún o Yemayá.
“En 2019, mi camino espiritual se consolidó al coronarme como hija de Oshún en la religión yoruba. Como practicante, creo en la conexión universal entre todos los seres, más allá de apariencias o credos, unidos por ese aliento vital que, para mí, se manifiesta en la música. Esta fe me ha guiado a cumplir mi destino: crear música y honrar a mis orishas. Así, en esta primera parte del proyecto, he transcrito cantos dedicados a Oshún y Oggún, mientras preparo los que integrarán la segunda edición”.
“Crecí entre tradiciones, grupos portadores (ensambles que preservan y transmiten el legado ancestral) y los Festivales del Caribe, nutriéndome de las profundas conversaciones entre mi padre y el destacado investigador cubano Joel James, de quien heredé su visión martiana del mundo y la convicción de proteger nuestro patrimonio”.
¿Cómo abordaron el equilibrio entre lo contemporáneo y lo tradicional en la producción?
“Los arreglistas y compositores participantes en el proyecto acordamos desarrollar obras contemporáneas que respeten la esencia clásica del violonchelo. La contribución fundamental del compositor cubano Rony Cintra Ferrer resultó vital para este proceso, ya que supo crear piezas que armonizan perfectamente lo clásico con lo popular.
“Además, materializó mi visión de elaborar un método pedagógico para violonchelo que, a la par de mantener las exigencias técnicas propias del repertorio académico, incorporara ritmos tradicionales. Este enfoque busca acercar tanto a estudiantes como oyentes a nuestra cultura popular, reforzando así mi concepto de ‘danza de la lengua’ y promoviendo una formación musical bilingüe para un instrumento tradicionalmente considerado clásico como el violonchelo”.
¿Qué criterios utilizaron para elegir las canciones o piezas que integran el disco? ¿Se priorizaron obras originales, versiones o arreglos novedosos?
El criterio principal fue destacar la música popular. Como arreglistas, optamos por enfatizar creaciones originales y desarrollar arreglos innovadores, especialmente aquellos basados en cantos dedicados a los orishas y en ritmos tradicionales.
Existe algún elemento escondido en la grabación que los oyentes podrían descubrir con atención.
“Sí, por supuesto. El primer tema del disco, ‘No 1 – Tema con Variaciones: Preludio’ —que da nombre al fonograma— es una versión caribeña de una pieza clásica incluida en el método Suzuki (concretamente, el primer tema del ‘Cuaderno No 1’, una obra de Mozart considerada emblemática dentro de este sistema pedagógico y conocida por millones de estudiantes y docentes en todo el mundo). Este arreglo constituye un homenaje personal a dicho repertorio formativo.
“A lo largo del fonograma, se incorporan samples de ritmos como la conga (en ‘No 6 – Cuarteto 3’) y el guaguancó (en el propio Preludio), reforzando la fusión entre lo clásico y lo popular. En ‘No 4 – Cuarteto No 4’, se incluye un guiño a la música francesa, mientras que en ‘No 8 – Temas con Variaciones Caribeñas’ aparecen fragmentos de ‘Guede Nibo’ (un tema haitiano dedicado a un lwa o espíritu del vudú), así como referencias a ‘El Cumbanchero’ de Rafael Hernández e incluso un toque de ‘La Pantera Rosa’, añadiendo un matiz jazzístico al conjunto.
“Para el arreglo de ‘Canto a Oggún’, me inspiré en la versión del emblemático grupo cubano Síntesis —una de mis mayores influencias—, y en ‘Canto a Oshún’ dediqué incontables horas a estudiar las interpretaciones del maestro Lázaro Ros”.
“El criterio principal fue destacar la música popular. Como arreglistas, optamos por enfatizar creaciones originales y desarrollar arreglos innovadores, especialmente aquellos basados en cantos dedicados a los orishas y en ritmos tradicionales”.
¿Cómo surgieron las colaboraciones con otros artistas o productores? ¿Qué aportaron al proyecto?
“Inicialmente, planeaba interpretar toda la música yo misma, confiando en mi experiencia como violonchelista profesional. Sin embargo, al adentrarme en el proceso de grabación, enfrenté las complejidades técnicas del instrumento y las extenuantes horas en el estudio buscando las tomas perfectas. Esto me llevó a buscar colaboraciones con músicos con quienes había trabajado durante mis talleres de pedagogía Suzuki en América Latina. Su participación no solo alivió la carga emocional y física del proyecto, sino que también enriqueció la obra con sus perspectivas, transformando Preludio en una creación colectiva para los violonchelistas de Cuba, Latinoamérica y el mundo.
“Destacan las contribuciones de Sergio Rabelo con su magistral solo en ‘Canto a Oshún’ y de Raffi Teck en ‘Evarista’. Pero la colaboración más emotiva fue con Enma Carbonell (‘Variaciones Caribeñas’), actualmente una virtuosa con una carrera ascendente en México. Enma fue mi primera alumna en 2004, cuando comenzó sus estudios a los ocho años en la Escuela Vocacional de Artes José María Heredia de Santiago de Cuba. Acompañé su talento excepcional pese a mis compromisos internacionales, forjando un vínculo que perdura hasta hoy. Es un honor y un orgullo inmenso compartir este fonograma con ella.
“En la producción, la intervención de Damián Busqueta en la etapa final fue crucial: asumió el control del proyecto, dándome libertad creativa. Y el flautista Rubén Leliebre —reconocido nacional e internacionalmente— elevó la grabación a otro nivel. Su interpretación en los estudios Egrem de Santiago de Cuba trascendió lo técnico; fue una posesión musical, un trance donde los orishas parecían guiar cada nota. Rubén no solo tocó: encarnó la música”.
¿Hay alguna canción o tema que considere emblemático para entender el disco?
“Los temas ‘Eloi’, ‘El Hablador’ y ‘Evariste’ representan el corazón de este proyecto. Con ellos, he querido honrar la música tradicional de Guadalupe, isla antillana donde trabajé durante años, absorbiendo sus sonidos y tradiciones.
“Estas piezas buscan revitalizar el bouladjel, práctica musical heredada de los antepasados africanos esclavizados en Guadalupe, perteneciente al patrimonio oral y a los rituales funerarios. Esta expresión consiste en un juego polirrítmico de onomatopeyas guturales, vocalizaciones percutivas y palmadas, integrado al sistema cultural gwoka, reconocido por la Unesco en 2014 como patrimonio inmaterial.
“A diferencia de los siete ritmos tradicionales del gwoka, el bouladjel sigue un patrón binario único. Su función original es acompañar cantos en velorios, aunque hoy también se interpreta en escenarios o encuentros improvisados. A diferencia del gwoka —que se enseña formalmente en escuelas—, el bouladjel se transmite oralmente dentro de familias y comunidades afrodescendientes, sin intervención de instrumentos musicales.
“Para mí, grabar y transcribir esta tradición en peligro de extinción ha sido un desafío monumental, pero también un acto de preservación: dejar un testimonio tangible para futuras generaciones”.
¿Cómo fue el proceso de grabación? ¿Utilizaron técnicas o instrumentos particulares para captar la esencia del sonido cubano?
Las grabaciones se realizaron en diversos estudios entre Cuba y América Latina, siempre de forma acústica y sin procesamientos digitales para preservar la naturalidad del sonido. Para los Cantos a Oshún y Oggún, incorporé tres percusionistas de Santiago de Cuba con sus tambores batá —instrumentos sagrados en la santería—, esenciales para crear la atmósfera espiritual que requieren estas piezas. Los músicos Ismel Castellanos Moya, Aniel Castellanos Moya y Jorge Luis Domínguez Pérez demostraron una sensibilidad excepcional, confirmando mi convicción de que el tambor guía hacia estados de conciencia elevados y conexión con lo divino. Cabe destacar que estos batá están consagrados, añadiendo autenticidad ritual a la grabación.
“Los temas ‘Eloi’, ‘El Hablador’ y ‘Evariste’ representan el corazón de este proyecto. Con ellos, he querido honrar la música tradicional de Guadalupe, isla antillana donde trabajé durante años, absorbiendo sus sonidos y tradiciones”.
¿De qué manera cree que este fonograma representa o dialoga con la identidad cultural cubana actual?
En “Variaciones Caribeñas (tema 8)”, colaboré con la Tumba Francesa La Caridad de Oriente —Patrimonio Oral de la Humanidad—, quienes adaptaron sus cantos y ritmos para emular el bouladjel guadalupeño. Esta fusión entre dos tradiciones (el bouladjel y la Tumba Francesa) refuerza el diálogo intercultural del proyecto, garantizando su valor histórico, etnológico y estético como legado para futuras generaciones.
¿Cómo esperan que el público, tanto en Cuba como internacionalmente, reciba este trabajo?
Como una ventana abierta a la música popular: una invitación a explorar, comprender y reconectar con nuestras raíces ancestrales. Una revelación sonora.
¿Qué significa para usted la nominación al Cubadisco 2025?
Un honor inesperado que llega en un momento de dudas personales. Es un reconocimiento al esfuerzo colectivo, un mensaje del universo para seguir creyendo en nuestro mensaje artístico y continuar compartiéndolo con el mundo.
¿Cómo recomendaría disfrutar este álbum?
En familia, especialmente con los niños. En ceremonias yoruba, sería un privilegio que estos cantos a los orishas se integren a prácticas religiosas. En escuelas de música, donde espero que tanto el fonograma como el método pedagógico “La Corchea con Puntillo” sean adoptados por profesores de cuerdas, particularmente de violonchelo, para enriquecer la formación de nuevos músicos.